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La Fotografía en Tiempos de Rosas

La Fotografía en Tiempos de Rosas  

 Laura Keene, daguerrotipo de Charles DeForest Fredericks

 

En su novela "Cien Años de Soledad", Gabriel García Márquez relata como el gitano Melquíades introdujo la fotografía en Macondo: "José Arcadio Buendía no había oído hablar nunca de ese invento. Pero cuando se vio a si mismo y a toda su familia plasmados en una edad eterna sobre una lámina de metal tornasol, se quedó mudo de estupor".

 

Algo parecido debe haber ocurrido en aquel Buenos Aires provinciano controlado por las milicias Mazorqueras, cuando en julio de 1843 la Gaceta Mercantil publicó esta noticia:

 

DAGUERROTIPO. El Sr. Elliot pone en conocimiento del respetable público de esta ciudad que habiendo vencido los obstáculos que al principio le estorbaban, se halla ya listo a sacar retratos ya sea de una sola persona o de varias en grupo del modo más perfecto y según la últimas mejoras hechas en dicho arte. Se hallará en su casa todos los días desde las 10 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Las personas que gusten hacerse retratar pueden estar seguras de lograr una semejanza perfecta y que será más duradera que ninguna pintura.

           

Buenos Aires era por entonces una aldea que conservaba todavía intactas muchas de las costumbres coloniales y a pesar que desde 1840 los periódicos venían hablando del maravilloso invento francés que permitía fijar las imágenes en la cámara oscura, pocos porteños se atrevieron a perpetuar su figura sobre aquel rectángulo de metal que se entregaba en un fino estuche de cuero.

Desde1843, en que el norteamericano Jhon Elliot y el criollo Gregorio Ibarra anuncian que cuentan con todos los elementos para saca r retratos por medio del daguerrotipo, hasta 1850 cuando el sistema alcanzó su etapa de esplendor fueron pocos los fotógrafos que se establecieron en la ciudad. Sin embargo, fue gracias a este costoso e incómodo invento surgido del ingenio de los franceses Nicéforo Niepce y Louis Jacques Mandé Daguerre, que llegaron hasta nuestros días los rostros de Manuelita Rosas, Camila O´Gorman, José de San Martín, Guillermo Brown, Justo José de Urquiza, Domingo Sarmiento y tantos otros personajes anónimos.

             Los primeros fotógrafos que arribaron a estas playas a la saga de Elliot, fueron todos extranjeros que, tras una corta permanencia en la ciudad, partían en busca de nuevos mercados. En 1845 llegó el norteamericano John Bennet, de vasta actuación en América Latina. Poco después el francés Auguste Albin Favier, a quien por sus innumerables conocimientos se lo bautizó como "El Enciclopédico" y más tarde Aldanondo, Sulzman, Bartoli, Weston, Penabert, Ledoux, Mangel Dumesnil, Bartola Charles de Forest Fredericks y el célebre alemán Adolfo Alexander.

            Probablemente, el primer fotógrafo estable que tuvo Buenos Aires fue el británico Thomas Colón Helsby, que se instaló en la calle Cangallo nº 52. Helsby había sido asistente del primer gobernador argentino en las Malvinas, Luis Vernet, y testigo de la sublevación liderada por el gaucho Rivero en las Islas, que culminó con el asesinato del representante inglés Guillermo Dickson. Sus memorables anuncios comerciales publicados, tanto en los periódicos unitarios, como en los federales han servido de hilo conductor a todos aquellos que investigaron los orígenes de la fotografía en la Argentina. En 1850, Helsby anunció la inauguración de uno de los mejores estudios de la ciudad con dos "rooms", uno para la galería de toma y otro como sala de espera. En 1851, alentó a sus colegas para que usaran una cinta negra en el brazo como muestra de luto por la muerte de Daguerre, a quien consideraba su mentor y un año más tarde, inicia una iterminable polémica con Fredricks para dirimir quién de los dos había introducido una mejora en el proceso daguerreano conocida como electrotipo.

             En 1852, el norteamericano Charles de Forest Fredericks, el fotógrafo más relevante de todos los que actuaron a mediados de siglo XIX en el país obtuvo las espléndidas vistas de Buenos Aires que aún se conservan en el Museo Histórico Nacional. Para entonces había unos diez fotógrafos en la ciudad, aunque todavía gran parte de ellos eran ambulantes.

            En los primeros retratos daguerreanos, la gente aparece con una tensión en los rostros que delata el largo tiempo en que debían permanecer inmóviles, casi sin respirar. Muchas veces el artista sujetaba la cabeza del cliente con un aparato similar al que utilizaban los dentistas de la época. Hacia 1850 las innovaciones técnicas que se le aplican al daguerrotipo permitieron acelerar el tiempo de toma y produjeron una evolución estética en este tipo de imágenes. Los retratados comenzaron a adopta posturas más naturales y algunos fotógrafos intentaron potenciar el negocio sacando las cámaras a la calle, no sólo para registrar paisajes, sino también para retratar a aquellos que estaban a punto de pasar a mejor vida. Otros comenzaron a vender desnudos reproducidos de alguna pintura o creados en la clandestinidad de sus estudios.

Para Manuel Mujica Láinez, el daguerrotipo era mucho más que una visión nostálgica. "Que no nos engañe su tiesura -escribió en 1944-. Dentro de unos segundos, cuando Mr. Helsby o Mr. Bennet hayan abandonado el aparato de brujería que los mantiene rígidos, helados, dentro de sus bordados chalecos y sus faldas redondas volverán a sonreír, a reír; rodearán la máquina oscura y la charla suspendida resonará nuevamente: Buenos Aires y Montevideo,, unitarios y federales, Mitre y Urquiza"

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